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Cuando el público desaparece

En la actualidad estamos acostumbrados a asistir a conciertos en los que se apagan por completo las luces de la sala para poder concentrarse exclusivamente en la música y en los intérpretes, pero esto no ha sido siempre así: hasta principios del siglo XX las luces del público continuaban encendidas mientras tenía lugar la representación, lo que permitía a los asistentes pasear, charlar, e incluso jugar a las cartas durante una representación de ópera.

Debemos recordar que estos conciertos eran sobre todo una reunión social en la que la música no era el único asunto a tratar: los asistentes tenían muy presente que su imagen iba a ser vista por todo el mundo y se esmeraban en aparentar aquello que querían ser, al igual que ponían buen cuidado en dejarse ver con determinadas personas con las que querían ser relacionados. Negocios, presentaciones en sociedad, compromisos matrimoniales, reputaciones… Todo ello podía ser concebido, evaluado y modificado durante un acto social en el que se iba a permanecer durante varias horas, y no iban a desaprovechar la oportunidad que un concierto musical les ofrecía para ello.

Por otra parte, el público tenía la capacidad de interrumpir el concierto rompiendo en aplausos, o todo lo contrario: con gritos y abucheos. También era habitual que se pidieran repeticiones o bises de las partes más conocidas, o de aquellas en las que el intérprete demostraba su virtuosismo. En definitiva: el público decidía en parte cómo transcurría el concierto, en el mejor de los casos en base a sus impulsos repentinos, pero muchas veces también gracias a una estrategia hábilmente estudiada por los seguidores o detractores de los intérpretes o del compositor, que en cada representación se jugaban el aplauso o el abucheo de público y críticos, y por tanto su reputación artística.

Con tantos elementos en juego, la música pasaba a un segundo o tercer plano, hasta que un director italiano, Toscanini, decide poner fin a las interrupciones del público con una sutil estrategia: apagar por completo las luces de la sala de concierto.

Aunque podemos imaginar que al principio esta medida no fue del agrado de los asistentes, lo cierto es que rápidamente otros directores también comienzan a aplicarla, eliminando poco a poco todos aquellos elementos que dificultan el desarrollo del concierto y consiguiendo que el público prácticamente desaparezca durante la representación.

El mensaje es claro: lo importante está ocurriendo en el escenario, y los músicos no desean ser interrumpidos.

 Yrene Echeverría

Profesora de música y creadora de www.elviolin.com

Sobre el Autor

Campus de Villaviciosa de Odón - Madrid
Email: europeamedia@europeamedia.es

Europea Media es la clínica de medios de la Universidad Europea. Europea News es el periódico digital de la clínica de medios.

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