25 de noviembre: un grito que no se extingue

Por: Andrea Loyola

El 25 de noviembre volvió a teñir las calles de Madrid  (y de cientos de ciudades en el mundo) de un mismo clamor: basta de violencia contra las mujeres. Cada año, esta fecha se convierte en un recordatorio brutal de una realidad que insiste en repetirse. Y aun así, a pesar del cansancio, al miedo, y a la resistencia de quienes prefieren el silencio, las mujeres siguen levantando la voz.

Porque este día no es una celebración. Es una denuncia. Es una herida abierta. Es la evidencia de que, sin importar la edad, el origen, la apariencia o la condición social, la violencia nos atraviesa. No hace distinciones. No necesita golpes para ser violencia. A veces basta una frase que humilla, una mirada que devalúa, una decisión tomada sin nuestro consentimiento, un control disfrazado de amor, una amenaza silenciosa.

La violencia no siempre deja moretones. A veces deja cicatrices invisibles que tardan años en cerrarse.

Según el Ayuntamiento de Madrid, la violencia psicológica “incluye acciones que atacan la salud mental, como insultos, humillaciones, manipulación, aislamiento, amenazas, celos, devaluación o control de la conducta”. Y esta forma de violencia, muchas veces normalizada, minimizada o ignorada, puede ser tan devastadora como la física.

La realidad es incómoda: hay quienes están cansados de escuchar nuestra rabia, de vernos marchar, de leer nuestros testimonios, de que exijamos derechos que deberían ser básicos. Pero si ellos están cansados de oírnos, imagínense nosotras de vivirlo. De caminar con miedo. De justificar lo injustificable. De pelear todos los días para existir. De callar para sobrevivir.

Miles de mujeres sufren violencia física en silencio. No denuncian por temor a quedarse solas, por dependencia económica, por sus hijos, por las represalias, o simplemente por miedo a morir. Porque sí, la violencia contra las mujeres mata. Y mata todos los días.

En muchas partes del mundo persisten narrativas profundamente dañinas que legitiman el control y la obediencia femenina. Una de ellas afirma que “Una mujer no puede negarse a tener sexo con su esposo. A veces el esposo se le impone y aunque ella esté cocinando o limpiando y su esposo la llama, ella debe obedecer. Las esposas para un esposo son como esclavas”. Este tipo de discursos que han analizados, denunciados y cuestionados incluso por académicos y especialistas en religiones, no son anécdotas aisladas: son parte de una estructura que justifica la subordinación femenina y perpetúa la idea de que nuestro cuerpo no nos pertenece.

Eso también es violencia.

Y frente a todo eso, miles de mujeres salen cada 25 de noviembre a gritar no solo por sí mismas, sino por las que ya no están, por las que no pudieron escapar, por las que siguen atrapadas, por las que todavía no se atreven a hablar. Gritan por las que viven con miedo. Por las que nadie escucha. Por las que la sociedad llama “exageradas”. Por las que están luchando en silencio.

Gritan porque callar nunca nos ha protegido.

Y es que mujeres como yo y como tantas, hemos vivido algún tipo de violencia. La diferencia es que hoy hablamos. Hoy nombramos. Hoy denunciamos. Hoy no nos escondemos. Pero no todas pueden. Y por ellas, por todas, no vamos a dejar de alzar la voz.

Porque este 25 de noviembre es más que una fecha en un calendario.
Es la evidencia de una lucha que sigue viva.
Y de una verdad que el mundo aún se resiste a aceptar:

no queremos valentía; queremos vivir sin miedo.

Y no vamos a dejar de gritar hasta que ninguna mujer tenga que sobrevivir a la violencia, ni física, ni psicológica, ni de ningún tipo. NUNCA MÁS.

Compártelo