Micaela Castaño
Las majestuosas estructuras de las iglesias clásicas, es lo único que queda de imponente hoy en día en la religión. La devoción y el fanatismo que alguna vez acompañaron a estas creencias se han ido desvaneciendo poco a poco con la llegada de nuevas generaciones a la sociedad. Si bien los números aún indican una mayoría de católicos en España, hay una clara disminución de creyentes con el paso de los años. Este nuevo paradigma trae consigo una serie de dudas y transformaciones respecto al papel que la Iglesia ocupa en la vida humana. Una humanidad acostumbrada a su constante presencia deberá ahora adaptarse al nuevo modelo de perspectiva que imponen los jóvenes.
Esta transformación se ve clarmanete respaldada por el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), el cual ha dado a conocer que el porcentaje de catolicos entre los adolescentes, en España, es solamente del 35%. Una cifra alarmante si tenemos en cuenta que tan solo unos años antes, previo a la pandemia, la proporción alcanzaba el 46%. Además, según el estudio realizado, únicamente el 15% de ellos son practicantes. Pero no solo los jóvenes perdieron el interés. Si pasamos a una perspectiva más global, el 55% de la población es creyente, mientras que hace 20 años (en 2005), el número ascendía a 79%. Por lo que este fenómeno no es exclusivamente responsabilidad de los más chicos, sino que abarca a toda la sociedad.
Grafico realizado por el La vanguardia, en base a los resultados del CIS.
Esto nos lleva a evaluar el avance de la secularización, término que define el paso de una esfera religiosa a una no teológica. Sebastián Mora, profesor de la facultad de Teología de la Universidad Pontificia, afirma que este proceso ha tenido una fuerte oleada durante los años 60s y 70s. Ya que en España, surgieron nuevas corrientes ideológicas que empezaron a abrir a una pluralidad de voces, ideas y formas de vivir. En medio de este cambio de escenario, la religión dejó de ser un pilar existencial en el estilo de vida de las personas. Hoy, su presencia no siempre se percibe de la misma manera, ni con la misma intensidad.
De hecho, hay una gran parte de la población que no sigue su religión por creencia o compromiso, sino más bien por costumbre y tradición familiar. Convirtiéndose así, en lo que denomina “Catolico cultural”. A pesar de que aún tenemos una proporción de gente que sigue una fé activa, es decir, que tiene una participación consciente; la mayoría de celebraciones o actividades religiosas se viven más como costumbres sociales que como expresiones de una convicción espiritual real. Ejemplos claros de esto son la navidad, los bautismos o los casamientos.
Esta desconexión, permitió la bienvenida a nuevas religiones y espiritualidades como alternativas modernas para la población. Por lo que podría decirse que en sí la introspección y conexión espiritual no se perdió, sino más bien que se transformó. Esta mutación derivó en prácticas como el mindfulness, el yoga, la astrología, la meditación, el tarot, el reiki, entre otros. Donde la estructura es mucho más flexible ya que te permite experimentarlos de manera individual o comunitaria, pero sin instituciones fijas. Además el motivo de uso de estas variables, tiene mucho que ver con lo terapéutico y la reflexión, que con normas o sacramentos rígidos. En definitiva, no se trata de dejar de creer, sino de hacerlo desde otros lugares, más acordes a las inquietudes y valores de la sociedad actual.
Durante décadas, la religión ocupó un lugar protagónico en la vida de las personas. Comenzando por una temprana influencia en la etapa escolar. Donde asignaturas de carácter obligatorio iban moldeando los ideales de los niños, con la intención de transmitirles valores y guiarlos hacia el buen camino. Sin embargo, con el paso del tiempo, la iglesia se ha ido desligando poco a poco de los colegios. Esto no sólo alivió el peso académico, sino que también ayudó a que las nuevas generaciones crecieran desvinculadas del tema. Para los niños de hoy en día, las misas y los rezos simplemente no son prioridad.
Imagen obtenida por el diario digital, La Nueva Tribuna.
Las familias son otro rubro/seno, que ha evolucionado. Dejando de lado las más tradicionales, la mayoría han optado por renunciar a hábitos estrictos, como el rezo antes de la cena y antes de dormir, o la presencia sin falta a misa todos los domingos. Junto con estas modificaciones, también han ido rotando los ideales severos en cuanto a los conceptos sexuales o la idea de matrimonio como único modelo válido de familia. En la actualidad los padres deciden mantener una relación con sus hijos primada por la apertura y libertad.
La fe en tiempos digitales, también altera el panorama. La digitalización no solo ha afectado la comunicación y la productividad, sino que también ha influenciado en nuestra conexión religiosa. Las creencias se han adaptado al lenguaje de las pantallas, en parte para contribuir con su difusión, pero también para cuestionar y debatir sus fundamentos. En vez de recuperar fieles, muchas veces el intento de “modernización” digital evidencia lo desconectada que está la Iglesia de los lenguajes y valores actuales.
Asimismo, ha habido una gran caída de los rituales religiosos tradicionales. Cada vez hay menos personas que eligen casarse en la iglesia, bautizar a sus hijos o acudir a la iglesia. Lo que antes era un paso obligatorio y socialmente esperado, hoy se ha convertido en una opción que muchos ni siquiera consideran. Esto se debe, en parte, a una transformación colectiva: cuando la mayoría de un entorno deja atrás ciertas costumbres, el resto tiende a seguir ese mismo camino.
Lo que no ha desaparecido, sin duda, son los modismos adquiridos por antepasados. Sin darnos cuenta, vivimos en un constante diálogo sumido en modismos religiosos. Expresiones como “Dios mío”, “por amor de Dios”, “si Dios quiere”, “rezá por mí”, “estoy en el infierno”, son algunos de los ejemplos más comunes, que aparecen en la cotidianidad. A pesar de que haya una gran separación, nunca podremos alejarnos permanentemente de estos conceptos. O quizás sí, pero requerirá aún de mucho más esfuerzo y tiempo.
Este distanciamiento, se agravó en gran medida por las fuertes polémicas ligadas a la iglesia. Temáticas controversiales como el aborto, la eutansia y la inclusión de la comunidad lgbt, son algunos de los debates en los que el catolicismo ha opinado. Esta involucración constante, no es apoyada por los jóvenes actuales. Quienes prefieren una institución más alejada de estos temas sociales. Además, su estrecha relación con la política es otro aspecto duramente criticado, sobre todo con el sector conservador de derecha. Todo esto ha contribuido a una imagen de la iglesia desdibujada, que cuestiona su autoridad moral. Expertos en teología afirman que “la gran pérdida de católicos que se ha dado en España, también en otros países europeos y en EE.UU, ha sido en personas de ideología de izquierdas”.
Esta tendencia no se limita únicamente al territorio español, de hecho la secularización avanza con fuerza en gran parte del mundo. En países como Francia, Alemania y Estados Unidos, ha disminuido notablemente. En palabras de Linda Woodhead, socióloga de la religión, Universidad de Lancaster: «La religión organizada está en declive en gran parte del mundo occidental, y el futuro de la espiritualidad será cada vez más individualizado y personalizado. Este cambio refleja una transformación cultural más amplia, donde las personas buscan formas de espiritualidad que se alineen con sus valores personales y experiencias individuales, en lugar de adherirse a estructuras religiosas tradicionales que a menudo no responden a sus necesidades contemporáneas.»
Sin embargo, hay quienes aún permanecen. Son muchas las personas que están firmemente arraigadas al catolicismo. E incluso más las que se alejaron del camino y volvieron, en tiempos de crisis, duelo o soledad, la religión sigue representando un refugio para muchos. De hecho, los funerales siempre fueron en sí un ritual de despedida, que consigue sanar y consolar a los allegados. Así como los matrimonios afirman y refuerzan lazos de amor. Por lo que aún podría decirse que el valor de la religión no ha desaparecido del todo, sino que ha quedado reservado para esos momentos donde la emoción desborda a la razón, y donde lo espiritual, aunque no se practique a diario, vuelve a ocupar un lugar esencial en la experiencia humana.
Frente a este paradigma, a la iglesia le queda resolver un dilema urgente: adaptarse o correr el riesgo de volverse irrelevante. En los últimos años, han habido múltiples intentos de acercarse a la población ya actualizada. Como lo hizo el Papa Francisco, en diversos discursos, para pronunciar mensajes de inclusión hacia la comunidad LGBT+, comentar sobre el cambio ambiental, y descentralizar el poder de la iglesia. Sin embargo, aún queda mucho camino por recorrer. El catolicismo sigue en una recta conservadora, y no parece muy dispuesto a descarrilarse. Pero mientras el mundo siga pidiendo a gritos una evolución de mentalidad, deberán replantearse no solo su forma de comunicarse, sino también los cimientos mismos sobre los que se sostienen. Porque si la institución se niega a moverse, será la sociedad quien termine dejándola atrás.