Por Pilar Yébenes, directora del Master en Producción Creativa de Ficción y Documental. Morena Films
He conocido a Saura tarde o pronto. No lo sé. El 1 de abril de 2022, Carlos Saura recibía en la Universidad Europea de Madrid el Premio a la Trayectoria en Comunicación que reconoce la excelencia del trabajo, la dimensión de la carrera profesional, los valores y el compromiso social en el seno de la Semana de la Comunicación y el Marketing, liderada por José María Peredo y la Facultad de Ciencias de la Comunicación.
Un taxi, aparentemente coordinado, debía recogerle en la puerta de su casa para que los alumnos de la universidad que estudian cine, análisis fílmico, montaje, iluminación, o narrativa pudieran compartir con el maestro un rato de charla y asistir a la entrega del premio. Para alguno no era solo la primera vez que veían de cerca al cineasta, sino que, y así están los tiempos, algunos de ellos no habían visto una sola película del aragonés. Pero de alguna forma era una manera, una primera vez, de acercarse a este moderno y adelantado hacedor de arte del siglo XX. Para mí era también la primera vez, la primera vez de poder entrevistar a aquel hombre que durante tantas horas había conseguido abrirme los ojos como platos. Pasearte con menos de dieciocho años por los sórdidos descampados de la droga o ver y sentir que tu cuerpo experimenta un terremoto físico a escondidas viendo secuencias de pasión, o sexo, o amor, o lujuria o todo o nada junto… o vete tú a saber qué, es una forma de aprender, porque el cine, y también el de Saura te da ese poder, el de aprender. Y vaya si aprendí ese día. Décadas después de aquellos arrebatados pero afables sentimientos visionando Los Golfos o ¡Ay Carmela! estábamos Álvaro Longoria, uno de los fundadores de Morena Films, y yo sentados en un auditorio a baja luz, tenue, cálida y cómoda, hablando de cine, mirando furtivamente a que aquel taxi, aparentemente coordinado, llegara e hiciera su entrada un Saura que ya cumplía los 90. Como si fuese Cecil B. De MIlle se abrieron las puertas de aquel auditorio, entonces ya convertido en el Shrine Auditorium de Los Ángeles y apareció el Mesías, colgando de su largo porte una cámara fotográfica, vistiendo pantalón de pana y camisa de cineasta (esto es otro tema para otro momento) y acercándose hacia nosotros para producirse uno de los regalos y de los momentos más apreciados de mi vida. Nos besamos, nos presentamos, nos saludamos… nos miramos y me sonrió y yo entendí que no quería entrevista alguna, que lo único que necesitaba era sentarme a su lado, muy muy cerca, durante mucho rato. Sólo quería estar con él. Entonces me invadió la buena estrella, en aquel 1 de abril de 2022. No era la primera vez que iba a asistir a un pase de una película de Saura, era la primera vez que estaba acompañando en su gira a una estrella del rock. Porque ese es el maestro Saura, una estrella de la música, de la pintura, de la foto, de la imagen, de la literatura, de los sentidos, de la pasión, del saber estar, del saber mirar, del saber amar, del comprender, del dirigir… del público. Te conocí pronto o tarde, no lo sé. Pero lo que sí sé es que siempre serás my favorite it boy.
Hasta las estrellas, querido Carlos Saura, volveremos a encontrarnos.