HELENA LÓPEZ-CASARES PERTUSA DOCTORA EN NEUROCIENCIA COGNITIVA DE LAS ORGANIZACIONES
En la década de los años 90 del siglo XX la ciencia dio un importante salto y avanzó extraordinariamente alrededor del conocimiento del funcionamiento del cerebro humano. Lo que hizo posible este progreso fue el interés creciente por la neurociencia, un campo de estudio que en décadas anteriores estaba relegado a un segundo plano. Esta situación de desventaja hacía que la neurociencia no fuera un área tenida en cuenta, básicamente porque no aportaba grandes contribuciones científicas, y esto era debido, en parte, por la escasez de interés en este campo del saber y por la falta de fondos para investigar. La situación de la neurociencia era un estancamiento dentro de un círculo vicioso complicado de romper a simple vista. La neurociencia necesitaba un empuje que impulsara a la disciplina y la colocara en un lugar predominante en el conjunto de las ciencias del siglo XXI. Y este empuje llegó en forma de respaldo por parte del Congreso de los Estados Unidos en el año 1990, cuando se decretó la Década del Cerebro.
El Congreso de los Estados Unidos atendió a las recomendaciones de los líderes de la comunidad neurocientífica que se habían unido para lograr la implicación de las fuerzas políticas en la investigación, conseguir inversiones y trabajar para la concienciación de la opinión pública en la importancia de las alteraciones y enfermedades neurológicas y neuroquirúrgicas.
La proclamación presidencial de la Década del Cerebro el 1 de enero de 1990 por parte del Gobierno de los Estados Unidos tuvo una gran repercusión mundial y, pronto, otros gobiernos como el de Japón o el de La India, sociedades científicas de muchos otros países y la Unión Europea se sumaron a esta iniciativa. Comenzaron, entonces, a proliferar institutos de neurociencias y centros para la investigación cerebral arropados y aplaudidos por científicos de todo el mundo.
Uno de los hitos más destacados fue la revolución tecnológica alrededor de la neurociencia, la llamada neuroimagen, gracias a la cual se puede observar el comportamiento del cerebro humano en vivo mediante técnicas no invasivas y con una riqueza de detalles desconocida hasta el momento.
El resultado de la intensa actividad y los descubrimientos alrededor del sistema nervioso central han abierto un extenso e interesante campo de investigación. Entre estos estudios se hallan los relacionados con el felicidad y el cerebro.
Cerebro y felicidad
La neurociencia abre la puerta a un mundo ilimitado de posibilidades. Hoy sabemos que la mejora de nuestra salud, bienestar y calidad de vida proviene del aprendizaje que procede del mundo interior. Emprender un camino de descubrimiento y conexión interior es comenzar a andar por la senda de la felicidad.
La neurociencia ha demostrado la interrelación que existe entre la emoción, el pensamiento y el cuerpo. Esta interrelación está formada por circuitos bioquímicos y neuronales, de modo que todo lo que pasa en una dimensión afecta a las demás, tal como apunta el neurocientífico Antonio Damasio en sus investigaciones.
El ser humano es un completo sistema, cuyas dimensiones se afectan y se influyen de forma directa. Los pensamientos relacionados con el miedo, la imposibilidad, el enojo, la incomodidad o el odio, provienen de emociones cuya raíz contiene la esencia del malestar, y las acciones que se desprenden de esas emociones y pensamientos reflejan y manifiestan el tormento del universo interior. Sin embargo, los pensamientos en los que la motivación, el bienestar, la ilusión o la posibilidad son las variables predominantes, están generados por emociones relacionadas con la armonía y denotan un mundo interior de confianza y seguridad, por lo que las acciones espejarán esta realidad.
La felicidad es un estado subjetivo e interior, cuya base se halla en el cerebro. La química que recorre nuestro cuerpo a través de los neuromoduladores como la dopamina, la endorfina, la serotonina y la oxitocina es esencial para la salud mental.
La dopamina es el neurotransmisor que se activa ante la motivación y el logro y está asociada con el placer y la recompensa. Unos altos niveles de dopamina hacen que las personas tengamos objetivos y nos dirijamos a alcanzar una meta y a enfocarnos hacia un fin.
La endorfina está relacionada con el bienestar y se activa ante la práctica del ejercicio físico o la ingesta de determinados alimentos ricos en proteínas. La activación corporal eleva el nivel de energía por la producción de endorfina, mejora los estados de ánimo, aumenta el sentido del humor, además de inhibir la sensación de ansiedad por la incitación a la calma que se produce tras la actividad física.
La serotonina se asocia a la confianza, el positivismo y con el interés ante el mundo que nos rodea, lo que favorece el compromiso. De hecho, su ausencia está relacionada con estados depresivos, ya que una carencia de serotonina puede implicar caer en la tristeza y el desánimo.
La oxitocina es la hormona de los apegos, de los afectos, de la vinculación y de las relaciones satisfactorias. Es nuestro seguro de vida, ya que, en las especies sociales, como la nuestra, la colaboración y la pertenencia al grupo garantizan la supervivencia y actúan como paraguas protector.
En este sentido, la felicidad es un estado interior que podemos alcanzar, en el que intervienen los cuatro neurotransmisores u hormonas descritos. Como hemos visto, el pensamiento, la emoción y la acción están estrechamente conectados y en continua comunicación, formando un sistema de comunicación robusto. Lo que pensemos, sintamos y hagamos conforma un triángulo cognitivo y emocional que le da forma a nuestro cerebro y modula nuestra mente. Ser conscientes de esta realidad nos ayuda a cultivar la vía de acceso a la felicidad a través de actos concretos.
El lenguaje interior positivo, la autoimagen favorable, la práctica del ejercicio físico, la identificación y concreción de metas, así como el mantenimiento de relaciones interpersonales productivas y constructivas son nuestros productores naturales de las hormonas de la felicidad.
Los descubrimientos fruto de las investigaciones y de los estudios de campo contemplan cómo, gracias a la plasticidad del cerebro, se puede cambiar la mente gracias a nuestra capacidad para elegir qué pensar y se puede cambiar al cerebro ejercitando nuestra mente.
Tenemos una gran capacidad para albergar felicidad a partir de nuestra particular constelación cerebral que nos hace una especie única y diferencial de las demás especies del planeta. En nuestra mano reside la capacidad de aprender a manejar sus claves desde la conciencia de nuestra responsabilidad.