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La epidemia

Julio Díaz, profesor de Ética de la Universidad Europea de Madrid

Los últimos análisis clínicos han mostrado que el ébola, aunque virulentamente mortal, no era tan expansivo como en un principio se temía. Parece que el bicho sólo es capaz de propagarse en determinadas circunstancias de pobreza e insalubridad, como las que se dan en Sierra Leona o Liberia.  De hecho, el ébola es bastante pánfilo en los primeros estadios de la infección, pues se le ha permitido pasearse por medio Alcorcón sin que se haya atrevido a asomar su vírica cabeza. Me lo imagino como ese preso al que un buen día se le abrieron las puertas de la cárcel de par en par quedándose inmovilizado por su propia incredulidad…

Nunca sabremos si Excalibur contrajo la enfermedad pero si el marido, las peluqueras, los conductores de furgonetas y toda una retahíla de seres y enseres que se cruzaron con Teresa Romero no lo han pillado es porque el ébola no sabe aprovechar bien sus primeras oportunidades. Y nuestros políticos e instituciones se las han brindado en más de una ocasión durante las últimas semanas. En Madrid, el ébola recuerda a aquel Francisco Franco errando el tiro cuando le ataban los patos en el Pardo.

En España, a no ser que encargados y consejeros del asunto lo hagan mucho peor, y es harto difícil, la epidemia no tendrá lugar, al menos la del ébola. Mientras que en África los miles de muertos impiden cualquier intento posmoderno de teodicea, aquí todavía podemos sentirnos tocados por la gracia divina. No sé si existirá el Altísimo, pero de ser así es claro su preferencial racismo. Y es que cuando no se ceba con Haití la toma con los pobres subsaharianos.

Con Teresa Romero ya en la calle, podemos dictaminar que de momento la epidemia del ébola ya no forma parte de nuestras inmediatas preocupaciones. Pero librarse de una epidemia particular no te libra de las de siempre. Ocupados en matar al ébola, no nos percatamos de que, además de enfermedad mortal, era una especie de caballo de Troya para otros peligros, un vector de otros patógenos: los de la estulticia, la necedad, la ignorancia e incluso el de la mala fe. Ha bastado una alarma social mal gestionada para que estos otros virus endémicos se extendieran epidémicamente por las cabezas de políticos, periodistas y demás habitantes del medio, que a su vez los han propagado por toda la población.

La execrable actuación de Yolanda Guirado en la televisión manchega, cuyas cotas de ignominia hacen parecer a la Mariló miembro de la FAPE, no son sino el epítome, mejor dicho, la pústula de la enfermedad que ha aquejado a nuestros medios de comunicación durante la crisis del ébola. Uno ya no sabía si comprarse un traje hermético para protegerse del ébola o para ponérselo antes de encender la televisión. Tal y como ha dicho Teresa Romero, despojada por consejeros y medios de su dignidad y hasta del apellido (Teresa la auxiliar, decían), no sabemos qué falló con el ébola, pero algo debió de hacerlo: los medios técnicos, la falta de preparación, el protocolo…. Me pregunto si no sería posible y necesario que, de la misma manera que los profesionales médicos intentan mejorar los protocolos de actuación frente a posibles brotes de la enfermedad, los profesionales de los media y los políticos a cargo dispusieran de algún tipo de protocolo diseñado para evitar la epidemia de la necedad. De lo contrario encargaré un par de trajes.

Julio Díaz, profesor de Ética de la Universidad Europea de Madrid.

 

 

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