Parte de la Commonwealth cuestiona su relación con la Corona británica

Andrés Berlanga, Sandra Rodríguez y Jennifer Severiche.

La entrevista de Meghan Markle y Enrique de Sussex con Oprah Winfrey ha dado la vuelta al mundo por la dureza de las declaraciones, como que Meghan tuvo tendencias suicidas y pidió sin éxito ayuda psicológica a la familia real o que la institución estaba preocupada por el color de piel del primer hijo de los duques, Archie.

Durante la entrevista, fue evidente la intención de ambos de hablar y contar la realidad que vivieron como miembros de la realeza británica, pero eludieron a toda costa dar nombres para evitar hundir a determinados miembros o a la institución.

La prensa sensacionalista británica no tardó en reaccionar y el Daily Mirror insistía en la “inmensa tristeza” del príncipe heredero Carlos, padre de Enrique, y de su hermano Guillermo. Sin embargo, otros periódicos que cerraron sus ediciones antes de la emisión de la entrevista, como el Daily Mail, titulaban con el “poderoso” mensaje sobre el “deber” que lanzó la reina Isabell II en un discurso con motivo del Día de la Commonwealth.

No obstante, esta entrevista no solo ha causado revuelo entre la sociedad británica, sino también en algunos países miembros de la Commonwealth, una organización compuesta por cincuenta y cuatro países soberanos independientes y semi independientes que, a excepción de Mozambique y Ruanda, fueron colonias de Reino Unido en el pasado. Todos esos países consideran a la reina Isabel II como líder de la agrupación y dieciséis de ellos la consideran su propia monarca, como Canadá, Australia, Bahamas o Jamaica, entre otros. Es decir, países muy diversos en cultura, tradiciones y, por supuesto, color de piel.

En Canadá, por ejemplo, se ha cuestionado en numerosas ocasiones a lo largo de su historia su vínculo con la corona británica, que se ha acrecentado ahora. Los supuestos valores de la institución, expuestos a raíz de las declaraciones de los duques de Sussex, no tienen cabida en el país norteamericano, como afirman sus ciudadanos a través de las redes sociales, e incluso los principales medios de comunicación del país dedicaron espacio a ello. “Creo que está claro y lo he dicho otras veces: no veo beneficios de la monarquía en la vida de los canadienses” declaró el líder del Nuevo Partido Democrático, Jagmeet Singh.

Canadá formalizó su soberanía jurídica en 1982, pero la reina Isabel II siguió como cabeza del Estado. Su representante en el país es el gobernador general, nombrado por el primer ministro canadiense, aunque debe contar con la aprobación de la monarca. Además, existe un representante de la misma en cada una de las provincias, el vicegobernador.

La afinidad canadiense con la monarquía cada vez es más débil. De hecho, una encuesta llevada a cabo por Research Co. expone que el 45% de la población preferiría tener un Jefe de Estado electo, mientras que únicamente el 24% querría que continuase la monarquía; esto frente a un 19% al que le es indiferente y un 13% de indecisos. Estas cifras se han visto acrecentadas con respecto al año pasado debido al escándalo relacionado con Julie Payette, la gobernadora general de Canadá, y, por tanto, representante de la reina Isabel II; que se vio obligada a dimitir de su cargo tras ser culpada de maltratar a sus empleados, recibiendo, además, una pensión vitalicia anual de 150.000 dólares canadienses.

El pasado 9 de marzo, Justin Trudeau, primer ministro del país, declaró: “No comentaré la situación de la familia real británica. Mi prioridad es la covid-19 y la vacunación. Si las personas quieren hablar sobre modificaciones constitucionales y cambiar nuestro sistema de Gobierno, no pasa nada. Pueden tener esas conversaciones. Pero ahora mismo, yo no las estoy teniendo”.

La opinión pública sugiere que Canadá debería seguir el ejemplo de Barbados, miembro de la Commonwealth, que a partir de noviembre de este mismo año dejará de reconocer a la monarquía británica como jefatura de estado, pasando a ser una república. De todas formas, los mecanismos constitucionales del país norteamericano dificultarían el proceso, ya que se requeriría la aprobación de la Cámara Baja y del Senado, junto con el visto bueno de todas las provincias.

Por otro lado, el primer ministro australiano, Malcolm Turnbull, ha dejado claro que todo esto es otra razón más para que Australia rompa sus lazos institucionales con la monarquía británica. “Una vez finalizado el reinado de la reina [Isabel II] será el momento de decir: vale, es hora de dejar esto atrás” declaró a la Australian Broadcasting Corp. “¿Realmente queremos que quien resulte ser el jefe de estado del Reino Unido sea automáticamente nuestro jefe de Estado?”.

Es evidente que muchos miembros de la Commonweatlh han empezado a abrir los ojos -que tenían entrecerrados ya- con la entrevista de Meghan Markle y el Príncipe Enrique de Inglaterra, que les han hecho cuestionar (si no lo habían hecho ya) la diferencia entre los valores de Reino Unido -o de su monarquía, al menos- y los demás países de la Mancomunidad de Naciones.

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