Anda el patio revuelto. Unos “revolucionarios” de media jornada impidieron hace unos días que un ex presidente interviniera en una Universidad de Madrid. Parece que consiguieron su objetivo y, el ex presidente sin necesidad de articular palabra, goza hoy de corrientes de simpatía, apoyo y solidaridad que no conocía desde años atrás. Seguro que si habla, habría tenido muchas más críticas que antes de hacerlo y es que, los vericuetos de la vida política son complejos y a veces poco comprensibles para algunos.
Las ideas se comparten, se combaten o se silencian. Cuando se comparten hay acuerdo, cuando se combaten hay debate de inteligencias, cuando se silencian hay ignorancia y miedo al conocimiento. No lo voy a definir, pero esa ignorancia y ese miedo están condenados por la historia y los pueblos libres.
Los responsables materiales del bochorno tienen la disculpa de que, como es sabido, de donde no hay no se puede sacar. Y siempre será posible que, con el tiempo, se den cuenta de porqué las sociedades humanas se sirvieron y sirven del lenguaje como instrumento de civilización. Ni los seres humanos que prescinden de la palabra, sea cual sea su relevancia social, ni otros seres vivos que braman, gruñen, ladran, mugen, rebuznan, etc., han conseguido sociedades abiertas, libres, democráticas y solidarias. Por supuesto no forman Parlamentos. Ni tan siquiera asamblea abiertas.
Cierto es, no obstante, que si sumamos a todos estos que se expresan mejor sin lenguajes inteligibles e inteligentes, el resto es minoría… solo por distinguir quizá merezca la reflexión.
Cosa distinta son los inspiradores de tan valientes y transformadoras acciones. Son como la vaca ociosa que con el rabo mata moscas. Incapaces de ponerse a la altura de los problemas reales, lo simplifican todo con frases hechas que servían en el siglo XVIII, en éste y para dentro de 200 años.
Necesitan la pobreza, la exclusión o la injusticia como combustible de su proyecto de palabras. Y es cierto que de éstas lacras hay exceso en nuestra sociedad que las genera. Pero utilizar la desesperación para expulsar el rigor y el esfuerzo que requiere una propuesta seria y sustituir la conciencia crítica por el instinto desnortado es, sencillamente, perverso.
Acusadores, jueces y verdugos auto investidos de improbada superioridad moral, sobran en democracia y en el Estado de Derecho. Es deshonestidad y en cuanto altera la naturaleza de las cosas, corrupción de la vida pública.
Ángel Pérez es Político