Estamos a las puertas de la primera gran ola de frío del invierno. Es cierto que hace semanas ya tuvimos un episodio de bajas temperaturas, pero la que se avecina es de las que recuerdan nuestros abuelos. ¿Cómo medimos este frío? ¿Es suficiente con un termómetro? No.
Está claro que el termómetro es el instrumento que utilizamos para medir la temperatura. Antiguamente de mercurio, y ahora ya electrónicos, son el testigo más fiable para saber los grados que hay en el ambiente donde lo tenemos. Pero… ¿es esta la temperatura que nota nuestro cuerpo? La respuesta es no. No son lo mismo los treinta grados de Barcelona en agosto que los mismos treinta en Madrid, así como los cero en Vitoria que en Sevilla en pleno invierno.
El elemento que hace que notemos más o menos frío es el viento. Una suave brisa a tan solo cinco grados puede hacer que la temperatura que sienta nuestro cuerpo sea de tan solo cero. Al fin y al cabo lo que nos interesa no es tanto saber cuántos grados hay ahí fuera, sino la temperatura que nosotros sentimos.
Para saber la temperatura de sensación existe una tabla que se denomina «tabla de sensación térmica». En inglés, «windchill». Pongamos un ejemplo para estos días venideros. Si estamos de noche en Teruel a quince grados bajo cero y el viento sopla a solo diez kilómetros por hora, la temperatura de sensación que siente el cuerpo es de treinta y dos grados negativos. Una barbaridad.
En verano no se tiene en cuenta el viento, sino la humedad. Así, si estamos un día cálido de julio en Valencia a treinta grados, con una humedad del noventa por ciento, la temperatura se sensación es de cuarenta grados.
Mucho cuidado con el frío que viene porque incluso podríamos superar algunos récords.
Marc Redondo es Meteorólogo