Cuando escuchamos la palabra “Lujuria” solemos asociarla al sexo, pero la lujuria tiene un significado mucho más amplio, se refiere también al deseo exagerado e incontrolable de cualquier otra cosa.
¿Temes que los demás te vean como alguien débil e intentas ser siempre “el fuerte”?
¿Caes fácilmente en las adicciones?
¿Crees que la mejor defensa es un buen ataque?
¿Piensas que “Ser” es “Tener”?
¿Prefieres vivir la vida de un trago o saborearla lentamente?
Cuando la respuesta es “Si” a la mayoría de estas preguntas, deberíamos plantearnos profundizar más en esta emoción, porque existe el riesgo de que se esté produciendo un desequilibrio.
La lujuria está relacionada con la madurez y solemos equilibrarla, con los años (aunque no siempre ocurre así). Es habitual que esté en desequilibrio en la adolescencia y en la juventud, pero si continúa en la madurez puede llegar a ser peligroso.
Solamente cuando tomamos conciencia de que “no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita” o cuando le damos más valor a los afectos que a las posesiones, es cuando el desapego nos libera de las mazmorras del materialismo.
Pero hasta que llega ese momento realizamos un viaje por zonas peligrosas, corriendo riesgos innecesarios. Generalmente nos dejamos llevar por necesidades ficticias, de una forma exagerada, y buscamos calmar la ansiedad que nos genera el temor a un futuro incierto, incluso el miedo a la muerte. Es habitual, que en los desequilibrios extremos aparezca el autoritarismo, la venganza, incluso la psicopatía.
Pero, una vez que hemos detectado estos síntomas, ¿cómo podemos gestionar esta emoción?
No se trata de esconder al niño inocente y vulnerable que todos llevamos dentro, se trata de aceptarlo y dejar que se desarrolle de una forma sana.
La mejor forma de hacerlo es “agarrarnos”, precisamente al verdadero deseo que se esconde detrás de la lujuria: sentirnos fuertes y poderosos. Bastará entonces con que cambiemos el concepto de la fortaleza autoritaria por la fortaleza de la gentileza. Es decir, seamos lo suficientemente fuertes para ser amables, lo suficientemente abiertos para acercarnos a las personas que nos rodean y escuchar sus opiniones, y lo suficientemente seguros para reconocer que estamos equivocados, cuando sea necesario.
La Lujuria, como el resto de las emociones, es necesaria para nuestro bienestar emocional. Si aprendemos a gestionarla nos ayudará a ser fuertes, generosos y comprometidos.
Montse Martínez. Formadora en Comunicación e Inteligencia Emocional.