Vivimos rodeados de sonidos, es algo que no podemos evitar, al menos durante la mayor parte del día.
Todos hemos experimentado alguna vez la necesidad de cerrar los ojos, de descansar la vista por un momento y recuperar fuerzas, pero esto es algo que no podemos hacer tan fácilmente con los sonidos: se cuelan en nuestro cerebro sin pedir permiso y allí permanecen hasta hacernos canturrear una y otra vez durante toda la tarde aquella melodía que escuchamos mientras desayunábamos, y, que, dicho sea de paso, nos parece horrible.
Y eso que el cerebro hace lo que puede para protegernos del exceso de información no relevante: hemos aprendido a seleccionar automáticamente lo que no queremos escuchar de manera que a veces sólo percibimos un ruido molesto cuando este desaparece. Pero a veces ni siquiera ese mecanismo es suficiente: nuestra capacidad de diferenciar lo importante de lo superfluo también se ve afectada y llega un momento en que nos sentimos saturados por los sonidos que nos rodean.
Este es uno de los motivos por los que a veces nos cuesta tanto escuchar atentamente. Es algo a lo que, sencillamente, no estamos acostumbrados: solemos tender a la inmediatez, y nuestra capacidad de atención disminuye a medida que pasan los minutos, lo cual hace que nos perdamos muchas cosas interesantes.
La buena noticia, es que, a pesar de no poder taparnos los oídos y dejar de escuchar aquello que no deseamos, sí podemos aprender a escuchar y a disfrutar algo que nos gusta y nos emociona: la música. Y, de paso, aumentar nuestra capacidad de atención y de selección auditiva.
Pararse a escuchar música es un placer al alcance de todos, pero que solo algunos disfrutan plenamente. No hace falta ninguna preparación especial, tan solo una disposición favorable. Desde aquí os invito a escuchar con los ojos cerrados vuestra música favorita. Sin bailar, sin cantar, sin ver el vídeo… Sólo escuchar. Intentar entender la letra, distinguir los instrumentos, comprender los diálogos que se establecen entre las diferentes frases musicales, escuchar atentamente cada pequeño cambio, cada variación sonora, cada modulación…
Os garantizo que descubriréis muchas cosas nuevas, y aún os quedarán muchas más por descubrir.
Al perdernos en los sonidos y al querer profundizar en ellos, estamos aprendiendo el arte de escuchar, descubriendo un verdadero oasis en medio de la vorágine sonora. Es el comienzo de un camino infinito en el que recorremos un universo que se agranda a medida que nos introducimos en él.
Sólo me queda desearos feliz viaje. Nos lo merecemos.
Yrene Echeverría.Profesora de música y creadora de www.elviolin.com