Ya en las antiguas Grecia y Roma se conocía como el ejercicio físico tenía una enorme importancia en el mantenimiento de una adecuada salud tanto física como psicológica. No en vano, la célebre cita romana “mens sana in corpore sano” ilustraba de modo muy gráfico mencionada relevancia.
La intervención protectora de la práctica deportiva en la prevención de ciertas enfermedades como son la hipertensión, la diabetes, la obesidad, etc. está en la actualidad sobradamente comprobada y nadie parece ponerla en duda. También parece no cuestionarse ya en nuestros días el aumento de serotonina estimulado con la realización de ejercicio (ese incremento de serotonina se ha asociado a la reducción de síntomas depresivos y de ansiedad). No obstante, en lo relativo al papel favorable que pudiera ejercer el ejercicio sobre el resto de funciones psíquicas y psicológicas de los seres humanos, su demostración científica ha sido bastante más reciente, tal vez por la necesidad de contar con sofisticadas técnicas de neuroimagen -con las que sí contamos ahora- para llegar a conclusiones claras que apoyaran científicamente esta asociación favorable entre deporte y cerebro.
Por ello, en los últimos años es cuando se han incrementado notablemente los estudios que versan sobre el efecto que provoca la práctica habitual de actividad física en el funcionamiento cerebral. De este modo, según algunas de estas investigaciones, el ejercicio posee capacidad para actuar como factor preventivo frente a enfermedades cerebrales que cursan de forma general con un deterioro cognoscitivo (por ejemplo, patologías neurodegenerativas tales como el Alzheimer). Asimismo, estos mismos estudios han demostrado el retardo en la pérdida intelectual debida al envejecimiento normal en población sana deportista.
Parece ser que los mayores beneficios en lo referente a las funciones cerebrales se han obtenido con entrenamientos aeróbicos de intensidad moderada, duración en torno a los 30 minutos y con frecuencias de repetición entre 3 y 5 sesiones a la semana.
Por otro lado, es esencial señalar que ha sido en todas las edades (niños y adultos), donde este tipo de práctica deportiva ha provocado beneficios psíquicos y psicológicos, centrados en el funcionamiento ejecutivo de los individuos, su velocidad de procesamiento cerebral y su atención. A este último respecto es interesantísimo observar de qué forma se refuerzan con el deporte las conexiones inhibitorias de las interferencias que causan la pérdida de atención y la desconcentración. Según esto, el deporte favorecería la capacidad de concentración efectiva. En los niños se han evidenciado mejorías en materias académicas concretas como son la aritmética y la
lecto-escritura. En adultos, se ha comprobado una asociación significativa estadísticamente entre la práctica deportiva a largo plazo y una mayor densidad de materia gris en la corteza cerebral prefrontal, la cual se relaciona con la planificación y ejecución motora compleja, es decir, el deporte transformaría positivamente las conexiones y estructuras del sistema nervioso central de manera muy evidente.
Los mecanismos neurobiológicos que servirían de explicación a estos hallazgos estarían vinculados a la producción de factores tróficos de forma más potente en individuos deportistas. Dichos factores tróficos aumentarían la plasticidad en las redes sinápticas entre neurona y neurona y contribuirían en una mayor supervivencia y crecimiento de las mismas. Es impresionante, en relación a esto último, apreciar el aumento de volumen encontrado en el hipocampo de aquellas personas que practican ejercicio aeróbico asiduamente (recordar que el hipocampo constituye un área cerebral con competencias muy importantes vinculadas a la memoria a largo plazo y el aprendizaje).
Por último, subrayar como los cambios cognoscitivos logrados por el ejercicio aeróbico practicado frecuentemente se vinculan a una elevación en la neuro-eficiencia de los seres humanos. Esta neuro-eficiencia sugiere la existencia de un ahorro energético por parte de las neuronas, con lo que se sabe que los individuos que contaran con esta neuro-eficiencia requerirían la activación de menos recursos cerebrales para realizar las mismas actividades físicas e intelectuales, traduciéndose todo ello en una mayor capacidad de funcionamiento mental de manera simultánea y en la capacidad de resolver problemas complejos más rápidamente.
No tenemos excusa ya para empezar/continuar haciendo ejercicio: nuestras neuronas, igual que nuestros cuádriceps, nos piden a gritos su necesidad imperiosa de estar/mantenerse en forma.
Rosa Mohedano del Pozo. Médico y profesora de la Universidad Europea