Cuesta creer que hubo un tiempo en que no existía la música comercial, pero así fue.
En la época de Bach, los conciertos se solían celebrar en lugares privados, generalmente palacios, a los que sólo tenían acceso aquellos que habían sido formalmente invitados, lo cual podemos imaginar que no estaba al alcance de cualquiera.
Los asistentes a estos conciertos eran por lo general amantes de la música, en muchos casos también intérpretes, que comprendían este lenguaje y a los que les gustaba disfrutar de diversas complejidades accesibles tan sólo a los eruditos. El gusto por lo nuevo y lo difícil a veces hacía que la música resultara complicada y enrevesada para aquellos que no dominaban este lenguaje.
Algo más tarde, a comienzos del siglo XVIII y con la llegada de la Ilustración, comienzan a prosperar los conciertos públicos: se organizan ciclos de conciertos, y para acceder a ellos tan sólo es necesario abonar el precio de la entrada, por lo general bastante elevado. Aunque sigue sin ser un espectáculo accesible a todo el mundo, ya que implica un nivel adquisitivo bastante alto, al menos ya se ha dado un primer paso: por primera vez la música culta deja de ser un dominio exclusivo.
Comienza en este momento un camino que aún seguimos recorriendo: el de la música comercial destinada a agradar.
Esta popularización trae consigo una serie de consecuencias, pues al cambiar el público al que va dirigida, la música también ha de cambiar. En primer lugar, el contenido musical se hace más ameno a los oídos de los no entendidos. La sociedad de la época desea escuchar música que le guste y que no le exija un esfuerzo intelectual elevado. Al estar dirigida a un público general, la música debe simplificar su contenido para interesar a los aficionados, las melodías han de ser agradables, fácilmente reconocibles y a ser posible sencillas de memorizar. Todas estas características las seguimos encontrando hoy en día en mayor o menor medida en la música comercial.
Por otro lado, el gusto particular de los compositores o de los intérpretes pasa a un segundo plano, porque ahora se trata de vender música, y para ello deben someterse a los gustos de su público.
De pronto las musas ya no están tan sólo al servicio del compositor, han de pasar también el examen del público, y es que cuando el objetivo es agradar, el artista pierde gran parte de su libertad.
Yrene Echeverría. Profesora de música y creadora de www.elviolin.com