“No Esperes”, un lamento desgarrador, un canto de esperanza para Silvia, una mujer avocada a una vida miserable, encerrada en un matrimonio con un hombre cruel que lucha contra las circunstancias que le rodean para escapar de esa vida y conocerse a sí misma junto a su hija, Covadonga. Una historia triste, demasiado común en nuestros días y que los cineastas Íñigo Bordiú y Francisco Moreta relatan desde la perspectiva de una cinta de terror psicológico.
Con una mano delante y otra mano detrás y un maletero cargado de equipo cinematográfico cedido por la Universidad Europea de Madrid, un grupo de amigos se marchó a Gijón, Asturias, a contar una historia para lanzar un grito de apoyo a las mujeres que viven bajo la sombra del maltrato a lo largo y ancho del mundo, satisfaciendo a su vez la necesidad de hacer un cortometraje que hiciese al público tanto reflexionar como aterrorizarse en su butaca.
El tándem formado por Bordiú y Moreta ofrece a la audiencia una historia de terror psicológico que busca retratar el interior de la maltrecha autoestima y maltratados sentimientos de una mujer que sufre de violencia de género. Esa mujer, Silvia, interpretada por Gemma Lucha, se pasea por la mansión de su memoria, abriendo las puertas a distintos recuerdos terribles que le harán reaccionar ante su pavorosa realidad, una realidad destruida por su marido Antonio, encarnado en el intérprete David Blanka, y también sufrida por su pequeña hija Covadonga, interpretada por la joven Victoria Sevillano.
Los cineastas abordan esta novedosa perspectiva con un trabajo de iluminación basado en la oscuridad, en la sugerencia más que en la demostración y en la contraposición de elementos en principio incompatibles. La paleta de colores está repleta de contrastes que ayudan a la consecución de un ambiente tenebroso y lúgubre en el que el espectador sufre junto a la protagonista de la historia. El montaje de la cinta es pausado, sin caer en los grandes artificios a los que el cine de terror en ocasiones debe recurrir para causar el pavor del patio de butacas. La historia fluye con pulso firme, sin acelerar los acontecimientos, dejando que el público se interne poco a poco en la psicología del personaje principal hasta que consigue empatizar con ella al máximo.
El potente aspecto visual viene acompañado de una banda sonora sublime compuesta por Daniel García Marinas, un habitual de estos dos cineastas. Consigue crear una partitura sencilla, sin demasiada parafernalia instrumental, acorde con la sobriedad del relato, pero que ayuda a generar aún más tensión e incertidumbre en la audiencia mediante la utilización de sonidos ligeramente atonales que contrastan con delicadas melodías que sirven de aderezo para las escenas más sentimentales.
Al final “No Esperes” no deja de ser un relato triste, un lamento desgarrador ante una situación inadmisible, enmarcado como un disfrutable cortometraje de terror. Por suerte, este lamento finaliza con un atisbo de fe, un hálito de esperanza, el final agridulce cargado de emoción de “No Esperes” no deja de ser un canto de esperanza que mira hacia el futuro, un futuro donde nunca más será necesario realizar ningún tipo de pieza artística con la violencia de género como tema.