Con el Gran Premio de Abu Dhabi, Fernando Alonso y McLaren ponen punto y final a una tormentosa y fallida relación con Honda que empezó en 2015. A partir de la próxima temporada, Renault invita al optimismo y suministrará los motores a los coches de la fábrica de Woking. Será la última bala para el piloto español que sueña con volver a ser Campeón del Mundo de Fórmula 1.
La relación entre Fernando Alonso, McLaren y Honda nunca fue un amor a primera vista. Pero para ser más concretos, el fracasado romance con la fábrica japonesa. Un triángulo amoroso que ya se hacía añicos en sus inicios, allá por las primeras carreras del 2015, cuando la relación buscaba despegar y el único objetivo era llevar al asturiano a estar peleando con los mejores pilotos. Un camino tortuoso y de falta de entendimiento que ha derivado en una ruptura necesaria y a la vez deseada a partes iguales. Porque lo que mal empieza, mal acaba.
Querían volver a la Fórmula 1 por la puerta grande y terminaron dándose con un canto en los dientes con algo tan corriente como cruzar la línea de meta. Corrían tiempos difíciles enWoking. Se vivía una situación insostenible y la cuerda se tensaba por las tres partes: Alonso no era feliz, McLaren no podía dar lo que el piloto español deseaba y Honda no acertaba con la fórmula de la Coca Cola. El abismo era cada vez mayor entre escuderías y lejos de llegar los avances y las mejoras, se iba hacia atrás como los cangrejos. Con un coche que perdía potencia, Honda que pedía paciencia y Fernando que no tenía clemencia.
Se había estancado la relación. La monotonía persistía y Alonso hacía públicos sus arrebatos y gritaba con ansia a los cuatro vientos que valoraría cambiar de aires. No se sentía correspondido por McLaren, ni mucho menos por la fábrica nipona que dirige Yusuke Hasegawa, a la que delante de las cámaras y los micrófonos sonrojaba regularmente. Tenía galones para hacerlo. Y más cuando el bólido, que pasó de ser de color negro a estar monopolizado y bañado por el naranja, coleccionaba abandonos y críticas exorbitantes. El ensañamiento ya había pasado a tener una dimensión mediática.
Desde McLaren se quería mimar a Fernando Alonso hasta las últimas consecuencias y se buscó recuperar la chispa perdida con las 500 millas de Indianápolis. El asturiano necesitaba redimirse, aunque significara tener que cruzarse el océano Atlántico y perderse el Gran Premio de Mónaco. No había otra alternativa para recuperar la ambición y la confianza entre piloto y escudería y al mismo tiempo ganar espacio dentro de los plazos para cortar de la manera más plausible el vínculo con Honda.
Se confía en Renault para volver a recuperar la ilusión y la magia de las primeras citas. El atractivo que devuelva a Fernando la fe y a McLaren, la fiabilidad y el respeto perdido a pulso de ser una de las escuderías más laureadas de la historia. Una vinculación que ya mira con esperanza al 2018, que tendrá hasta 2020 para asentarse, reafirmarse y hallar la estabilidad anhelada. Y Alonso vuelve a sonreír. Y desde la fábrica de Woking respiran aliviados por haberse quitado el peso japonés de encima. Y la pesadilla toca a su fin para fantasear con un binomio McLaren-Renault que invita a soñar y del que no existían precedentes. Fernando es el piloto de todos. Y todos somos Fernando.
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