En los últimos años, España cuenta con una de las tasas de fecundidad más bajas de Europa y, por tanto, sufre un intenso envejecimiento poblacional que avanza a gran velocidad.
En 1976 la tasa bruta de natalidad (TBN) era de 18,7 mientras que en 2013 fue de 9,1. El retraso en la edad de maternidad entre las mujeres españolas es uno de los factores que ha propiciado sin duda este agudísimo descenso en los nacimientos a lo largo de estos 35 años. La media de edad de las primerizas está a un paso de alcanzar los 33 años. Y más del 30% de las mujeres tienen su primer hijo con una edad superior a los 35 años.
En lo que respecta al índice sintético de fecundidad (número de hijos por mujer) era de 2,80 en la década de los 70. Actualmente se sitúa en 1,27. Las poblaciones necesitan para renovar adecuadamente una generación con la siguiente un nivel de reemplazo de 2,1 hijos por cada mujer. Según los expertos en demografía, un índice sintético de fecundidad menor de 1,40 de manera crónica -y, además, en ausencia de migraciones- nos llevará a una reducción a la mitad de nuestra población en un plazo menor de 50 años. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE) las previsiones indican que en 2022 la población española se situará en 40 millones de habitantes cuando en 2012 éramos 46,8 millones.
El saldo migratorio comenzó a ser negativo en 2010. Lo que significa que abandonaron España más personas que los que llegaron a nuestras fronteras. La mayoría de los emigrantes han sido inmigrantes que han tenido que regresar a sus países de origen por la falta de trabajo y oportunidades durante la crisis económica. Los nacimientos de madres extranjeras suponían el 20% del total de nacimientos ocurridos en España. Con lo que el descenso de la inmigración ha influenciado en el descenso de habitantes desde dos vertientes: los adultos que se marchan y sus potenciales hijos que no nacen ya aquí.
Parece obvio pensar que la crisis económica supone el escenario incentivador de esta preocupante situación de retraso en la maternidad, descenso de natalidad y disminución de la inmigración. Las parejas jóvenes tratan de conseguir un nivel de vida al menos igual a aquel que tuvieron cuando crecieron en el hogar de sus padres. Por tanto, en condiciones de escasez de empleo y sueldos precarios, la incertidumbre de futuro potencia la negativa o, al menos, el aplazamiento a ser padres. Se estima que con cada un 1% de elevación de la cifras de desempleo desciende en un 0,3% la natalidad.
La realidad es que casi el 6% de la población española cuenta ya con más de 80 años. Esto unido al incremento en la esperanza de vida y la falta de nacimientos hará insostenible económicamente nuestro estado de bienestar social a medio plazo.
A pesar de todo, seguimos sin contar con políticas realistas y prácticas para afrontar el envejecimiento de nuestra población y sus gravísimas consecuencias. Carecemos de medidas de apoyo a las familias a la hora de tener hijos. No se hace nada para mejorar la conciliación de la vida familiar y laboral.
España es el país de la Unión Europea que menos ayuda a la familia. Con la crisis económica se fueron retirando las pocas ayudas que existían a este respecto, quedando exclusivamente los 24 euros al mes por cada hijo a cargo de padres al borde de la exclusión social.
Planteadas así las cosas: sin modificar esta tendencia al inmovilismo, las poblaciones no progresan, ni siquiera mantienen su pulso. Son muchos los problemas que hay que atender y, quizá, éste no encabece hoy en día las listas de prioridades de los políticos. Sin embargo, habría que recordarse que nada es posible sin gente, que los países se sustentan en personas jóvenes con ganas de hacer. Sin ellos, todo está perdido, nada se renueva. En España, de seguir así, son hoy más que nunca apropiadas las palabras de Rubén Darío, “juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver!”.
Rosa Belén Mohedano, es doctora en Medicina