Hasta el próximo sábado, se suspende la vida. No tendrán importancia los desahucios, las declaraciones de independencia, los asesinatos de género, la caída de las Bolsas, la dimisión de ningún político ni su ingreso en prisión, no nos impactará ninguna crisis de virus letales ni nada parecido, y dejarán de existir las tarjetas opacas, los paraísos fiscales y demás zarandajas de la cotidianeidad nacional. España se para, se detiene, suspendida en el tiempo y el espacio, porque se juega “el Clásico”, así denominado por la argentinización del vocabulario de los panolis de moda.
El partido siempre fue el Madrí-Barsa. Dicho lo que antecede, las televisiones que operan en nuestros amplios territorios nos abrasarán literalmente desde el alba hasta la hora de acostarnos con los detalles del partido. Seguro que descubriremos músculos nuevos que antes no existían. Por ejemplo, algunos tendrán problemas en los isquiotibiales que, siendo yo niño, eran unas cosas que nadie tenía. Si la Inquisición hubiera sabido que Gaínza o Kubala tenían abductores, por poner un caso, hubiera dictado prisión incondicional incomunicada y, a renglón seguido, a la hoguera. Hoy, si no te duelen los isquios, no eres nadie.
Esta vez, va de matemáticas. Los minutos que Bravo lleva sin encajar un gol, los goles que lleva Cristiano, los que le faltan a Messi para batir el record de Telmo Zarra y demás estadísticas que harán embotar nuestras cabezas con números distintos de los que hacen falta para llegar a fin de mes. Los periodistas deportivos, salvo honrosas excepciones, se han descubierto matemáticos, médicos y entrenadores. Como los protagonistas no hacen declaraciones, se reúnen cinco o seis informadores y montan un debate que, en realidad, podría grabarse con disimulo en la barra de cualquier bar, incluido el Bar de Mou.
Nos llenarán de tácticas, alineaciones, jugadas ensayadas, aplicarán el falso 9 y la gran duda de si el Barsa se atreverá a sacar a Luis Suárez- el uruguayo, no el gallego- o lo usará como arma estratégica para los últimos minutos. Por supuesto, nos hartaremos de ver los goles que Luis Enrique metió vestido con otras camisetas y los que le calzó al Madrí con singular saña, cuando era culé converso, así como los cientos de tantos marcados por Cristiano, Messi, Neymar y demás estrellas. Y nos mostrarán la comida de directivas en un restaurante de tarjeta de platino, mientras todos se abrazan y se desean suerte con la boca pequeña.
A eso de las ocho y media de la tarde, quiera Dios que me equivoqué, la culpa será toda del árbitro. Un buen chico para los que salgan contentos, “una gran realidad del arbitraje”, mientras que quienes salgan descontentos aducirán que “está muy verde para un partido de estas dificultades”, otros hablarán de corrupción y los más cerrados verán la mano negra de la política. El domingo, catorce exárbitros septuagenarios escribirán páginas y páginas y llenarán minutos de radio y tele dando sus versiones de lo visto por tv.
Al día siguiente, a comer con la familia y el lunes a jorobarse a las siete de la mañana, el que tenga la suerte, y a trabajar. Y el resto, pues lo de cada día. Esto sí es lo más clásico. Mucho más que el partido.
Artículo publicado en La Voz de Galicia por Gaspar Rosety, asesor de Presidencia de la Real Federación Española de Fútbol