Pedro Muñoz Seca, el autor de «La venganza de Don Mendo», era un buen tipo. Llegó a Madrid con veinte años a buscarse la vida y, un buen día, se inventó, con ayuda de Pedro Pérez Fernández, un género al que llamó “astracán”. La astracanada más famosa es “La venganza de Don Mendo”, donde parodia los dramas históricos del Romanticismo. En esta obra saca a relucir lo mejor de su estilo: su facilidad para el verso, los ripios, los juegos de palabras y los chistes, la parodia delirante y la distorsión de la realidad. Se estrenó en el Teatro de la Comedia. Y lo petó. La gente se aprendía los versos de memoria para recitarlos en voz alta durante la función. Durante la II República, Muñoz Seca empezó a hacer un teatro antirrepublicano. El estallido de la Guerra Civil lo pilló de estreno en Barcelona. Esa misma noche, las milicias anarcosindicalistas lo detuvieron, lo acusaron de ser monárquico y católico, se lo trajeron a Madrid y lo enchironaron en la cárcel del antiguo Convento de San Antón, en Hortaleza, que hoy acoge, entre otras instituciones, la sede del COAM. A finales del 36, salieron de aquella cárcel varias sacas de presos. Muñoz Seca y otros muchos acabaron en las tristemente famosas Matanzas de Paracuellos. Dicen que Muñoz Seca les dijo a los soldados que lo llevaban: “Podéis quitármelo todo: la familia, la libertad, el dinero, incluso la vida. Pero nunca me podréis quitar el miedo”. Y un testigo contó que, cuando lo asesinaron frente al pelotón de fusilamiento, se le oyó decir: “Hasta la muerte, con la sonrisa en los labios. Este es el último epílogo de mi vida”.

Además: los viajes postmortem de Zorrilla desde el Cementerio Sacramental de San Justo.

Las canciones de José Luis Perales.

«De Madrid al cielo», de Nuria Marcilla.

Las recogidas y las espontáneas.

La cuarta pared y la Sala Cuarta Pared.

La música sinfónica de JuanAn Simarro.

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